Virginias, orientales y latakia chipriota.
Nada más abrir la lata, los olores inundan las pituitarias. Huele a latakia inconfundiblemente. Sin embargo, es una latakia suave, dulce diría yo; nada fuerte ni robusta. Se advierte que es latakia porque se van distinguiendo los matices con el tiempo, pero no es «inconfundiblemente latakiado». El olor asciende de forma insinuosa y casi traidora, hasta instalarse en los sentidos de forma lenta y pausada para decir: «hola, ya estoy aqui, soy latakia chipriota».
La presentación de la labor es prometedora, de las que requieren cierta atención antes de cargar la pipa. Hay que tratarla con mimo, trabajarla un poco. Hebras gordas y ligeramente desmenuzadas de color marrón oscuro. Sin duda, se aprecian los virginias en el color.
Se desmenuza ligeramente, para facilitar la carga, hasta obtener unas hebras algo más finas y deshilachadas.
Encendido sin problemas, lento, pausado, para que las hebras, todavía de tamaño considerable, prendan bien.
A las primeras pitadas, el humo que asciende es humo de tabaco, inconfundible, humo intenso y seco…muy prometedor.
Y entonces, la sorpresa, la sonrisa complaciente, generosa, agradecida. El sabor inunda la boca casi de inmediato. Pero no es un sabor contundente, fuerte. Todo es suavidad y dulzura. Es un tabaco casi tímido.
Desde un principio se advierten los virginias mezclados con la latakia que hacen de las primeras pitadas una sinfonía melosa, casi religiosa. El sabor a incienso e iglesias viejas, a maderas centenarias viene atemperado por una dulzura infinta, a pasas secas, a vid vieja y arraigada. Es un sabor constante en lo más alto de la escala, sin caídas, sin altibajos. Es un tabaco de los de verdad, casi diría que de «los de antes». Nada de química, puro tabaco, todo sensación, todo sentimiento.
La latakia parece como si no quisiera anunciarse nunca del todo; se percibe al fondo y sin embargo a ratos es como si sólo se adivinase. Los aromas de los virginias saltan constantemente en la boca, casi juegan con los sentidos…
Y poco a poco, a partir del primer tercio de pipa, se van haciendo presentes los orientales, con un sabor ligeramente dulzón, casi aromático, pero dulzón no de frutas, no de flores…no, no…dulzón de dulzura, de amor, de cariño, que sorprende y agrada de forma casi pecaminosa. La labor te atrapa poco a poco, aterciopeladamente, como una mujer, de forma sensual y tímida, casi sonriente…pero te atrapa, ¡vaya si te atrapa! Se percibe casi de forma inusitada como llegan a conjugarse los orientales con la latakia, y a ratos casi se saborea como si de un aromático suave se tratase…muy suave..casi tan suave como un juego de niños.
No es un Ferrari, es un Rolls. Un tabaco de División de Honor, que sin embargo puede fumar cualquier iniciado, y quedar atrapado de por vida por la labor.
Ninguno de los aromas prevalece, ninguno es rotundo, y sin embargo todos juegan al unísono en una sinfonía casi perfecta, de suavidad aterciopelada. La lengua parece hablar y me dice «esto es tabaco, auténtico tabaco suave pero contundentemente tabaco». El humo lo delata.
La pipa se va consumiendo de forma imperceptible, casi sin darme cuenta, el tabaco se va, el humo queda en la estancia, y el sabor juguetón en la boca, que pide más…y más.
Es un tabaco que claramente va de menos a más…al principio tímido, que te hace dudar de lo que fumas, y poco a poco, se va instalando en la boca…me he pasado sonriendo toda la fumada, subiendo poco a poco los escalones del placer. Es un tabaco sexual…que te lleva a un orgasmo suave, lento pero de los que dejan huella.
Podría estar fumando éste tabaco todos los días, varias veces al día, y no cansarme.
Podría fumar SÓLO ESTE TABACO y tirar todos los demás. Y sería el fumador de pipa más feliz de mundo.
No es virginia, no es latakia, no es aromático…y lo es todo en uno.
Es TABACO, en mayúsculas y letras de oro, y con eso está todo dicho.
Un 9,5 sobre 10.
Cata de Rafa N. realizada en el Pipaforo (Diciembre 2008).